EDITORIAL | Criminalizar la solidaridad: un golpe directo al corazón de la comunidad inmigrante en Tennessee

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Manuel Duran: Memphis, Tennessee

Por Manuel Duran:

Cuando ayudar al prójimo se convierte en delito, algo profundo se ha roto en los valores de una sociedad. Eso es exactamente lo que ha ocurrido en Tennessee con la firma de una ley que penaliza a quienes den refugio o ayuden a esconder a inmigrantes indocumentados. Una ley que no solo endurece el marco legal, sino que envía un mensaje claro y preocupante: la compasión ahora tiene consecuencias legales.

No podemos ignorar lo que esto significa para las miles de familias que viven bajo la sombra del miedo. Personas que cruzaron fronteras huyendo de la violencia, la pobreza extrema, o la persecución. Mujeres, hombres, niños y niñas que llegaron con la esperanza de una vida mejor y que, gracias al apoyo de iglesias, vecinos o voluntarios, lograron sobrevivir en este país que muchos ya llaman hogar.

Ahora, ese acto humano de ofrecer un techo, un plato de comida o simplemente no dar la espalda, puede costarle la libertad a quienes decidan no quedarse indiferentes. La nueva ley no distingue entre traficantes de personas y voluntarios con corazón. Criminaliza sin matices, sin contexto, sin humanidad.

Detrás de cada inmigrante sin documentos hay una historia. Un padre que trabaja en la construcción desde el amanecer para que sus hijos tengan qué comer. Una madre que limpia casas para pagar el alquiler. Un joven que sueña con estudiar aunque la ley lo catalogue como “ilegal”. Y detrás de cada persona que ayuda, hay un acto de valentía, de solidaridad. ¿Qué clase de sociedad somos si castigamos eso?

Esta ley lejos de proteger a las comunidades, erosiona uno de sus pilares más importantes: la confianza. ¿Cómo va a acudir un inmigrante a denunciar un crimen si teme que lo arresten por buscar ayuda? ¿Qué pasará con las organizaciones religiosas o civiles que han sido refugio para tantos?

La historia nos enseñará, como lo ha hecho tantas veces, que las leyes que criminalizan la compasión terminan siendo corregidas. Pero mientras eso sucede, hay que alzar la voz. Hay que seguir mirando a los ojos a quienes necesitan ayuda, y recordar que ninguna ley puede prohibir la empatía.

Porque ser solidario no es un delito. Es un deber moral.