En Memphis, la escuela se ha convertido, para muchos, en un símbolo de esperanza… y también de miedo. La reciente decisión de la junta escolar de Memphis-Shelby (MSCS) de ampliar las rutas de autobús no es solo una medida administrativa: es un acto de humanidad en medio de una crisis silenciosa.
Cuando padres temen llevar a sus hijos a clases por miedo a ser detenidos, no estamos hablando solo de inmigración. Estamos hablando de infancia, de educación, de derechos básicos. Estamos hablando de un sistema que debe proteger, no perseguir.
Durante semanas, familias inmigrantes vivieron con la incertidumbre de ver patrullas y agentes cerca de las escuelas. Algunos optaron por no salir de casa. Otros, tristemente, decidieron abandonar el país. En ese contexto, la resolución aprobada por la junta escolar representa un mensaje claro: ningún niño debe faltar a clases por miedo.
Hay que reconocer el papel fundamental de organizaciones como TIRRC y Vecindarios 901, que no solo denunciaron lo que estaba ocurriendo, sino que acompañaron a las familias y defendieron su derecho a la educación. Su labor demuestra que la solidaridad puede transformar la política pública.
Pero la pregunta que debemos hacernos como comunidad es más profunda:
¿Queremos que nuestros niños crezcan creyendo que ir a la escuela puede poner en riesgo a sus padres?
La educación debe ser un refugio, no una fuente de ansiedad. Y mientras existan familias que teman simplemente llevar a sus hijos al aula, nuestra tarea como sociedad no estará completa.
El paso de MSCS es un ejemplo de liderazgo y empatía. Sin embargo, no puede quedarse ahí. Se necesita vigilancia, compromiso y una conversación honesta sobre cómo garantizar que la seguridad no se use como excusa para sembrar miedo.
Porque al final, cada niño que se queda en casa por temor es una historia de oportunidad perdida. Y ninguna comunidad puede avanzar dejando a sus hijos atrás.







